NO PENSEMOS EN EL FUTURO
Pensar en el futuro es una condición inherente a la raza humana, pues garantiza o procura la propia existencia. Casi siempre ligado a imaginarse el peor de los escenarios posibles. Así, las catástrofes son eventos recurrentes en el imaginario colectivo. Sin embargo hablar de destrucción o cataclismo es complejo, ya que el individuo siendo materia destruible, la idea de la propia destrucción supedita una sensación de horror en torno a la palabra.
La palabra catástrofe deriva del griego καταστροφή (ruina, destrucción) y está formado de las raíces κατα (hacia, bajo) más στροφή (virar o dar vuelta) por lo que la palabra nos permite remitir a sobrepensar, o poner las cosas de cabeza. Por eso, no pensar en el futuro es una invitación revolucionaria en esta época, que parece haber una voluntad cada vez mayor de actuar frente a una lista aparentemente interminable de problemas pendientes, o inclusive imaginarios.
Pero Leticia Ochoa no es que sea una aficionada al horror o la tragedia, no necesariamente le gusta lo que se ‘avecina’. En Ochoa, la catástrofe es un no hecho de afectos y efectos delatados o dilatados que se deleita en las posibilidades estéticas, pues encontramos escenarios reconfortantes en la desgracia, en la virtualidad de las historias ficcionales o reales que están por venir o que aún no han sido contadas, pero sobre estos derroteros parece que nosotros –los humanos- no somos los sujetos de las historias, sino que solo se insinúan, que en efectos prácticos deja una pregunta botando, ¿será mejor una posnaturaleza sin humanos?
Alonzo Cruces
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